Transfiguración de Nuestro Señor

Escuchar a Jesús

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March 2, 2025

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Comentario del San Lucas 9:28-36 [37-43a]



¿Con qué nos quedamos al leer esta historia? ¿Por qué? ¿Qué nos dice este relato en particular hoy? Porque los textos bíblicos solo adquieren relevancia en la medida que “hablen” a nuestro contexto, que digan algo a nuestro “aquí y ahora.”

Particularmente creo que, en estos tiempos, es el tema de la escucha… que es más que simplemente oír.

Frecuentemente, por escuchar solo lo que nos interesa escuchar, nos construimos verdades equivocadas. Escuchar las cosas que afirman lo que previamente ya queríamos creer es lo que se llama hoy “pos-verdad.” Ya no interesa la verdad objetiva, ya no interesan los hechos, sino que interesa que otras voces me afirmen en lo que yo ya quería creer previamente. Las usinas de información falsa al servicio del poder hegemónico proveen abundante material para fomentar una “sociedad de la indignación,”1 que fácilmente se monta en estas puestas en escena que encienden odios que, a su vez, promueven la adhesión a quienes se ofrecen a sí mismos como “salvadores” de esos males que indignan.

Por eso, ¿a quién escuchar y a quién creerle en tiempos de pos-verdad? ¿Habrá alguien que nos pueda garantizar estar, aunque sea un poco, más cerca de una verdad-verdad?

Tal vez este relato nos aporte un poco de luz.

El centro de esta historia, conocida tradicionalmente como “La transfiguración de Jesús,” lo ocupa una voz que viene de una extraña “nube luminosa,” símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa del Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.

La voz no dice muchas palabras. Dice apenas: “Este es mi Hijo amado; a él oíd” (v. 35). Y lo dice porque los discípulos de entonces y quienes seamos discípulos y discípulas hoy no deben ni debemos confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés o Elías o cualquier otro representante de viejos modelos y de viejas maneras de entender a la divinidad. Jesús es el Hijo querido de Dios, aquel a quien Dios ha elegido para ser su perfecta revelación.

Pero la voz agrega: “A él oíd.”

En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por medio de los “diez mandamientos” de la Ley. Algunos, en esos tiempos en que Jesús predica y enseña, tenían por norma solo la Ley. Otros sumaban a los profetas. Pero la voluntad de Dios se manifestaba allí, en lo que estaba escrito. Un Dios encerrado en la letra, un Dios atrapado en palabras inmutables, un Dios sin capacidad de saltarse los renglones ni de escaparse de lo que de él se hubiera escrito.

Ahora la voluntad de Dios se resume y se concreta en un nuevo mandato: escuchar a Jesús. Y esa escucha establece la verdadera relación entre Jesús y quienes le siguen.

Al oír esto, los discípulos cayeron por los suelos y “sintieron gran temor,” como dice una de las versiones de este acontecimiento (Mateo 17:6). Se llenaron de miedo por ser parte de aquella experiencia tan cercana de Dios, pero también se asustaron por lo oyeron. ¿Podrán vivir escuchando solo a Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?

Porque oyendo a Jesús se perdían las certezas de todo lo escrito, de todo lo que habían aprendido en su camino de fe. Jesús podía desorientarlos con sus enseñanzas y pedidos y, de hecho, lo haría después muchas veces.

No es diferente con nosotros y con nosotras. También nos asusta confesar nuestra fe en un Jesús que está más allá de las certezas de los dogmas y de las afirmaciones de las confesiones de fe. Nos asusta escuchar “su voz” en sus mensajes, enseñanzas, parábolas, historias y mandatos. Nos espanta un Jesús que puede invitarnos a transitar caminos que no queremos, senderos que no deseamos. Nos aterroriza que no se sepa de antemano por dónde nos puede llevar esto de “creer en Jesús.” Nos llena de miedo.

Nos aterroriza pensar en una iglesia en la que las personas que antes no podían entrar, de pronto, tengan un lugar y, además, un lugar de privilegio. Porque Jesús dijo que las prostitutas iban a entrar antes que los fariseos al reino, por ejemplo. Nos atemoriza que debamos hablar sobre temas que siempre se metieron debajo de la alfombra, porque Jesús nos pide asumir la realidad con todos sus desafíos. Y hay que hablar del aborto y de la homosexualidad y del matrimonio igualitario y de los abusos sexuales. Nos preocupa que profesar la fe no pueda disociarse de lo que hacemos en términos políticos. No se puede seguir a Dios y defender políticas que excluyen, que marginan, que lastiman a las personas más pequeñas.

Por supuesto que nos asusta escuchar a ese Jesús. Claro que sí. Es más fácil obedecer los diez mandamientos. Es más fácil incluso escuchar la voz dura de los profetas. Pero escuchar a Jesús es peligroso… Y lo fue siempre para la iglesia, en todos los tiempos.

Recordemos que Jesús no fue crucificado por su respetabilidad, su civilidad o su moderación al decir las cosas.

Si leemos, además, los versículos opcionales sugeridos para esta semana, es posible contrastar aquella invitación a escuchar a Jesús, cuya voz es un llamado desde la gracia, una invitación desde el amor, un desafío a transitar una senda nueva, con los gritos del endemoniado, que solo insulta, que solo dice cosas que hieren, que no construyen.

¿No está lleno nuestro mundo de personas que parecieran estar animadas por las fuerzas del odio, de la maldad, de la mentira, de lo perverso? ¿Personas que solo maldicen y condenan y maltratan y mienten? ¿No son esos los “nuevos demonios” que llenan nuestros oídos con sus gritos?

En medio de la estruendosa cacofonía de los gritos que desde el odio sacuden los cimientos de nuestra sociedad e incluso de nuestras propias comunidades de fe, la voz que nos habla desde los montes de la compasión por nuestro mundo fragmentado nos recuerda que ha elegido a Jesús y que es a Jesús a quien debemos oír.

En el libro del Apocalipsis se puede leer: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (3:20). Jesús llama a la puerta de todas las personas, cristianas y no cristianas. Le podemos abrir la puerta, para que se siente a nuestra mesa, para que comparta nuestra vida y nos hable con su clara voz. O lo podemos rechazar, como muchos lo hicieron en su tiempo también, y dejar que otras voces o gritos estruendosos nos guíen por caminos que, ciertamente, no son los que la divinidad nos propone.

“Este es mi Hijo amado; a él oíd.”

No es el brillo, es la voz

Nos deslumbran los brillos pasados,
nos cautivan las grandes historias de ayer,
nos subyugan las glorias perdidas
y nos seduce la idea de una divinidad
blanca, envuelta en luz, pura, sin máculas.

Proyectamos en aquellos montes luminosos
nuestros propios anhelos de trascendencia
y cierta religiosa soberbia triunfal:
allí está la iglesia poderosa e invencible,
allí están los próceres de la fe
y allí está la tentación de la comodidad
que nos seduce y nos adormece.

Pero la divinidad sacude esa fe de bijouterie,
más preocupada por la apariencia que por la esencia,
nos habla y nos despierta del letargo,
señalándonos lo que verdaderamente importa:
oír la voz de quien ha sido elegido y llamado
a ser la plena revelación de Dios.

Esa voz nos despierta de la torpeza
de creer que la voluntad divina
es el aislamiento y el conformismo.
Esa voz nos confronta con nuestra ignorancia
y con nuestra permanente necesidad de aprender,
de dejarnos guiar, de escuchar más que de hablar.

Esa voz, luego del silencio y de la reflexión,
nos impulsa a volver al llano, a regresar a lo cotidiano,
a encontrarnos con los dolores y con las angustias
de un mundo donde los demonios
se apropian de la vida y de la dignidad
de tantísimas personas,
impidiéndoles disfrutar de la plenitud
de una propuesta salvífica inclusiva y liberadora.

Aquella voz nos señala el rumbo
del proyecto divino que,
lejos de tres chozas exclusivas
en la cima de un monte privilegiado,
se construye monte abajo
transfigurando
infiernos de miseria y de angustia,
en oportunidades de vida buena,
de vida abundante, de vida compartida.


Notas

  1. Concepto acuñado por el filósofo Byung-Chul Han en su libro En el enjambre, que tiene varias ediciones de la editorial Herder. La primera edición es del año 2013 y la más reciente del año 2024.