Comentario del San Juan 13:1-17, 31b-35
Los acontecimientos narrados en Juan 13:1–17 y 31–35 se dan en la cena de la Pascua. Numerosos análisis se han realizado para llegar a esta conclusión que, por el espacio, no se detallarán aquí, pero es un dato que respaldan los otros evangelios: Mt 26:17; Mc 14:12, 14; y Lc 22:11, 14.
La mayoría de las versiones, al ponerle un título a la perícopa de los vv.1–17, la identifican como “el lavatorio de los pies,” enfocándose en el acto literal. Pero un análisis más profundo nos muestra un choque dramático de cosmovisiones. Por un lado, Pedro, acostumbrado a una visión jerárquica del liderazgo, donde la autoridad es inalcanzable, se resiste a permitir que su Maestro y Señor realice el acto que solamente corresponde a los esclavos. Por su lado, Jesús se propone desmontar ese imaginario con la propuesta radical centrada en el servicio abnegado, producto del amor que en griego se llama agápē (vv.34–35).
Según las normas sociales de la época, quienes ostentaban el título de Señor o Maestro eran considerados superiores. Esto se evidenciaba por las barreras que establecían entre ellos y sus servidores. Por eso era natural que buscaran los primeros asientos. Los caracterizaba la arrogancia y la ambición.
Desde lo político, el título de Señor o “supremo en autoridad,” era el mayor, el que se aplicaba al mismísimo emperador de Roma. El de Maestro adquiría un valor cultural, religioso y a la vez político, porque identificaba a personas privilegiadas que tenían la capacidad para interpretar la tradición, inculcar principios y develar ciertas verdades con respecto a una determinada revelación. En el mundo judío se les consideraba los fomentadores y protectores de la identidad del pueblo. Había maestros entre los judíos y también en otros grupos del momento.
Lavar los pies era una tarea realizada por el sirviente de más bajo rango en una casa, por considerarse una muestra de humildad. Aunque era una costumbre de respeto y cuidado hacia el huésped, también representaba una clara demostración de la posición social de quien realizaba la acción.
Jesús, Señor (en el original griego Kurios) y Maestro (en el original griego Didáskalos), se levanta y, ciñéndose la toalla en la cintura (v. 4), realiza la tarea de un esclavo al lavar los pies de sus discípulos. Desde la perspectiva de Pedro, inmerso en aquella cosmovisión, este acto de Jesús es un escándalo, ¡una inversión inaceptable del orden establecido! Para él, como para sus contemporáneos, no es posible romper este orden. Esa jerarquía era inamovible: el Maestro era superior; el discípulo, inferior. Es inconcebible que el Rabí, el Señor, se rebajara a tal grado de limpiar la suciedad de los pies. Era una afrenta a la autoridad y a la dignidad que él, y todos, atribuían a Jesús. Definitivamente, esto subvertía el orden natural; era una humillación impropia de alguien con tal autoridad.
La pregunta retórica de Pedro, que en el original griego dice: Kúrie, sú mou nípteis toùs pódas? (v. 6), debe traducirse: “Señor, ¿tú mis pies lavas?” para conservar el sabor del original, que pone el énfasis en “tú,” resaltando la incredulidad y asombro de Pedro. Obsérvese que no dice “Maestro.” Utiliza un “Señor” (enfático), que concuerda con la autoridad universal (gr. exousían) que Jesús asume tener del Padre quien ha puesto “todas” las cosas (gr. panta) bajo su dominio (gr. exousían) (v. 3). De ahí que el señorío de los seres humanos palidece ante la superioridad de la autoridad de Jesús.
En esta lucha de cosmovisiones, Pedro, al mantenerse firme en la suya, confirma lo difícil que es cambiar patrones culturales y mentales arraigados en los seres humanos. Por eso la propuesta de cambio debe venir del personaje modelo del momento, con mayor credibilidad y autoridad para realizar el cambio. Jesús, al reconocerse como Didáskalos y Kúrios, Maestro poseedor de conocimiento profundo y digno de seguir, así como Señor con dominio y autoridad, usa su potestad para subvertir la concepción tradicional de estos roles.
El radicalismo de Jesús desarma la terquedad de Pedro al sentenciar: “Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo” (v. 8b). En otras palabras, si no cambias tu modo de ver el liderazgo y actúas en consecuencia, no tendrás parte conmigo. El paradigma de Jesús exige cambio de mentalidad. El que Pedro sucumba, lo compromete a la praxis con las implicaciones que Jesús transmite.
La pregunta del v. 12: “¿Sabéis lo que os he hecho?” y luego la observación del v. 17: “Si sabéis estas cosas,” demuestran la naturaleza de Jesús como buen Maestro, que evalúa si su pedagogía logró el objetivo. No es una mera indagación sobre la comprensión intelectual; es un llamado a la reflexión y a la praxis del significado profundo de ese acto.
Jesús, con este acto simbólico y sus enseñanzas del amor, redefine el paradigma de Maestro y Señor. Ya no se trata de ejercer dominio, sino de servir. La verdadera autoridad se manifiesta en el amor y el servicio desinteresado. La grandeza de un líder se mide en la capacidad de elevar a la otra persona y no por el derecho a ser servido y admirado.
Una vez que Pedro, el principal representante de la antigua concepción del poder, es desarmado, el terreno está listo para introducir el nuevo mandamiento de vv. 34–35: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.” Hay una reiteración de términos para darles énfasis.
¿Qué quiere decir Jesús con “mandamiento nuevo” (gr. entolēn kainēn)? “Amar al prójimo,” refiriéndose a los hijos del pueblo, era un precepto que ya estaba ordenado en Lv 19:18, junto con el cuidado que debía mostrarse por las personas más vulnerables. El mandato de Jesús es “nuevo” porque se fundamenta en el amor (agápē), mostrado por él mismo, que amó y siguió amando “hasta el fin” (v. 1). Es una acción constante y continua, ininterrumpida. Se ve desde la acción de “amar” (agapáō) de Jesús (vv. 1 y 34) a la que invita a sus seguidores, hasta convertirse en la marca (agápē) del verdadero discípulo (v. 35). Este es un amor sacrificial, desinteresado, sin condición, que no es producto de la emoción sino de la elección, muy distinto al practicado por los judíos. Este agápē trasciende todo tipo de barreras.
A esto se debe que la mención de Judas sea emblemática en este episodio. Jesús lava los pies y comparte la mesa con alguien “indigno,” pues el precepto del amor al prójimo es independiente del estado espiritual o social de la persona.
En conclusión, el amor agápē no permite que la autoridad se ejerza sobre los demás. Sólo es para servirles.
April 17, 2025