¿Qué significa ser libre? Para la gran mayoría de nosotros/as, ser libres significa poder hacer y decir lo que queremos sin que nadie nos lo impida y poder ir adonde queremos sin ninguna restricción o impedimento. También significa no estar obligados/as o presionados/as a hacer nada en contra de nuestra voluntad. Cuando definimos la libertad en esos términos, la mayoría de nosotros/as diríamos que somos libres. Gracias a Dios, vivimos en un mundo y una sociedad donde se valora la libertad y gozamos de muchos derechos que supuestamente protegen y aseguran nuestra libertad. Pero a pesar de ello, ¿podemos decir que la mayoría de la gente vive en verdadera libertad?
Según nuestro texto, cuando Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él que si permanecían en su palabra serían verdaderamente sus discípulos porque conocerían la verdad y esa verdad los haría libres, se les hizo raro. En efecto, le respondieron: “¿Cómo dices que seremos libres, si ya lo somos? No somos esclavos de nadie, ni necesitamos ser liberados de nada o de nadie. ¿Por qué dices que nos hace falta permanecer en tu palabra, ser tus discípulos, y conocer la verdad para ser libres?” Sin duda, ellos entendían la libertad de la manera que acabamos de señalar. En términos generales, se sentían libres para decir y hacer lo que querían y nadie les obligaba a actuar en contra de su voluntad. Por eso, según ellos, no les hacía falta ninguna especie de liberación.
Jesús les responde que quienes viven en pecado no son libres sino más bien esclavos del pecado. Es evidente que el concepto de libertad y esclavitud que Jesús está manejando aquí es distinto al concepto que tenían ellos. Para Jesús, la libertad y la esclavitud tienen que ver, no con realidades en torno a uno, sino con lo que hay en el corazón. Y la idea de Jesús no es difícil de entender. Cuando hay odio en nuestro corazón, por ejemplo, ese odio nos convierte en sus esclavos/as y no nos permite ser libres, porque nos consume y nos ciega. Asimismo, cuando hay envidia, egoísmo, corajes, y resentimiento en nuestro corazón, estas cosas se apoderan de nosotros/as para dominarnos y tomar control sobre nuestras vidas. Y cuando nuestro pecado toma la forma de no depositar nuestra fe y confianza en Dios, vivimos presos del miedo, y ese miedo nos paraliza, de modo que ya no somos libres.
¿Y cómo podemos ser liberados de esas formas de pensar y esas fuerzas interiores que nos esclavizan? Eso es posible sólo cuando hemos comprendido bien la palabra y la verdad de las que habla Jesús en este pasaje. Esa palabra nos habla de un Dios de amor infinito e incondicional, el Dios-con-nosotros/as que encontramos en Jesús. Y cuando abrazamos esa verdad para seguir a Jesús como sus discípulos/as, Dios nos libera de todo lo que nos puede esclavizar en nuestras vidas e impedir que seamos verdaderamente libres.
Si hemos llegado a conocer a ese Dios y a creer en Jesús su Hijo, nuestros corazones ya no pueden estar llenos de cosas como el odio, la envidia, el egoísmo, y otros sentimientos y actitudes que destruyen nuestro bienestar, apoderándose de nuestra vida. Lo único que puede haber en nuestro corazón es un amor que nos llena de alegría y deseos de compartir todo lo que somos y tenemos con los demás. En lugar de vivir consumidos por actitudes tóxicas que nos envenenan y corroen por dentro, respiramos un aire puro y limpio que nos permite conocer el gozo de dar lo mejor de nosotros/as mismos/as en todo lo que hacemos, perdonar a los demás sin guardar corajes ni rencores, y superar todos los obstáculos que se ponen en nuestro camino. Asimismo, el miedo pierde su poder sobre nosotros/as y ya no nos puede paralizar ni detener, porque sabemos que nuestra vida está en manos de ese Dios cuyo amor por nosotros/as nunca nos abandona ni falla. Vivimos llenos de confianza y seguridad, convencidos/as de que gracias a ese Dios y su Hijo Jesucristo, no hay nada imposible en la vida y que, pase lo que pase, todo estará bien. Vivir y pensar así es conocer la verdadera libertad.
Al celebrar este domingo la Reforma de la Iglesia, nos regocijamos por el hecho de que a través de Martín Lutero y otros de los reformadores, Dios hizo que saliera a luz nuevamente esa palabra y esa verdad que libera a las personas del pecado, el odio, el egoísmo y el miedo. Gracias a esa palabra y esa verdad, podemos vivir libres de todas las actitudes y formas de pensar que nos esclavizan y limitan, sofocándonos y destruyendo nuestra paz y bienestar. Y de esa manera, somos capaces de hacerlo todo en la vida sin que nada ni nadie nos lo impida, gozando de una libertad que no conoce límites ni fin.
¿Qué significa ser libre? Para la gran mayoría de nosotros/as, ser libres significa poder hacer y decir lo que queremos sin que nadie nos lo impida y poder ir adonde queremos sin ninguna restricción o impedimento. También significa no estar obligados/as o presionados/as a hacer nada en contra de nuestra voluntad. Cuando definimos la libertad en esos términos, la mayoría de nosotros/as diríamos que somos libres. Gracias a Dios, vivimos en un mundo y una sociedad donde se valora la libertad y gozamos de muchos derechos que supuestamente protegen y aseguran nuestra libertad. Pero a pesar de ello, ¿podemos decir que la mayoría de la gente vive en verdadera libertad?
Según nuestro texto, cuando Jesús les dijo a los judíos que habían creído en él que si permanecían en su palabra serían verdaderamente sus discípulos porque conocerían la verdad y esa verdad los haría libres, se les hizo raro. En efecto, le respondieron: “¿Cómo dices que seremos libres, si ya lo somos? No somos esclavos de nadie, ni necesitamos ser liberados de nada o de nadie. ¿Por qué dices que nos hace falta permanecer en tu palabra, ser tus discípulos, y conocer la verdad para ser libres?” Sin duda, ellos entendían la libertad de la manera que acabamos de señalar. En términos generales, se sentían libres para decir y hacer lo que querían y nadie les obligaba a actuar en contra de su voluntad. Por eso, según ellos, no les hacía falta ninguna especie de liberación.
Jesús les responde que quienes viven en pecado no son libres sino más bien esclavos del pecado. Es evidente que el concepto de libertad y esclavitud que Jesús está manejando aquí es distinto al concepto que tenían ellos. Para Jesús, la libertad y la esclavitud tienen que ver, no con realidades en torno a uno, sino con lo que hay en el corazón. Y la idea de Jesús no es difícil de entender. Cuando hay odio en nuestro corazón, por ejemplo, ese odio nos convierte en sus esclavos/as y no nos permite ser libres, porque nos consume y nos ciega. Asimismo, cuando hay envidia, egoísmo, corajes, y resentimiento en nuestro corazón, estas cosas se apoderan de nosotros/as para dominarnos y tomar control sobre nuestras vidas. Y cuando nuestro pecado toma la forma de no depositar nuestra fe y confianza en Dios, vivimos presos del miedo, y ese miedo nos paraliza, de modo que ya no somos libres.
¿Y cómo podemos ser liberados de esas formas de pensar y esas fuerzas interiores que nos esclavizan? Eso es posible sólo cuando hemos comprendido bien la palabra y la verdad de las que habla Jesús en este pasaje. Esa palabra nos habla de un Dios de amor infinito e incondicional, el Dios-con-nosotros/as que encontramos en Jesús. Y cuando abrazamos esa verdad para seguir a Jesús como sus discípulos/as, Dios nos libera de todo lo que nos puede esclavizar en nuestras vidas e impedir que seamos verdaderamente libres.
Si hemos llegado a conocer a ese Dios y a creer en Jesús su Hijo, nuestros corazones ya no pueden estar llenos de cosas como el odio, la envidia, el egoísmo, y otros sentimientos y actitudes que destruyen nuestro bienestar, apoderándose de nuestra vida. Lo único que puede haber en nuestro corazón es un amor que nos llena de alegría y deseos de compartir todo lo que somos y tenemos con los demás. En lugar de vivir consumidos por actitudes tóxicas que nos envenenan y corroen por dentro, respiramos un aire puro y limpio que nos permite conocer el gozo de dar lo mejor de nosotros/as mismos/as en todo lo que hacemos, perdonar a los demás sin guardar corajes ni rencores, y superar todos los obstáculos que se ponen en nuestro camino. Asimismo, el miedo pierde su poder sobre nosotros/as y ya no nos puede paralizar ni detener, porque sabemos que nuestra vida está en manos de ese Dios cuyo amor por nosotros/as nunca nos abandona ni falla. Vivimos llenos de confianza y seguridad, convencidos/as de que gracias a ese Dios y su Hijo Jesucristo, no hay nada imposible en la vida y que, pase lo que pase, todo estará bien. Vivir y pensar así es conocer la verdadera libertad.
Al celebrar este domingo la Reforma de la Iglesia, nos regocijamos por el hecho de que a través de Martín Lutero y otros de los reformadores, Dios hizo que saliera a luz nuevamente esa palabra y esa verdad que libera a las personas del pecado, el odio, el egoísmo y el miedo. Gracias a esa palabra y esa verdad, podemos vivir libres de todas las actitudes y formas de pensar que nos esclavizan y limitan, sofocándonos y destruyendo nuestra paz y bienestar. Y de esa manera, somos capaces de hacerlo todo en la vida sin que nada ni nadie nos lo impida, gozando de una libertad que no conoce límites ni fin.