Resurrección de Nuestro Señor

El poder transformador de la resurrección de Cristo

Art image of the stone rolled away from the tomb
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April 20, 2025

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Comentario del San Lucas 24:1-12 y San Juan 20:1-18



[¿Buscas un comentario sobre San Juan 20:1-18? Fíjate en este comentario para la Vigilia Pascual de Iris Barrientos.]

El relato del evangelio asignado para el Domingo de Pascua de Resurrección nos narra cómo las mujeres que han estado acompañando a Jesús desde Galilea (Lucas 23:55–56) y quienes presenciaron su muerte en la cruz (Lucas 23:49), fueron temprano en la mañana del domingo hacia la sepultura para ungir el cuerpo de su Maestro. Lucas menciona en su evangelio los nombres de varias mujeres cuyo apoyo al ministerio de Jesús fue indispensable para sostenerlo (Lucas 8:1–3). María Magdalena aparece en dicha lista y en el relato de la resurrección en el v. 10. Su importancia no puede ser descartada, ni mucho menos menospreciada. Todos los evangelios la mencionan como testigo inicial de la resurrección de Jesús. María Magdalena, no Pedro, es quien tiene el honor de ser la apóstol de los apóstoles, ya que ella anuncia la buena nueva de la tumba vacía a los seguidores del Maestro de Galilea (vv. 9–10).

También en el nacimiento de Jesús (Lucas 2:20), grupos marginados habían sido elegidos por Dios como testigos de sus actos de redención para beneficio de la humanidad entera. María Magdalena y las mujeres que la acompañaban, al igual que los pastores que fueron testigos de los huestes celestiales cuando nació Jesús (Lucas 2:8–15), no eran consideradas testigos fidedignos, ya que la sociedad les adscribía poco honor y valor por no ser hombres. Lamentablemente, muchas culturas a través de la historia han menospreciado la aportación de las mujeres y no las han considerado iguales a los hombres. La sociedad judía del tiempo de Jesús no estaba exenta de estos prejuicios. Aún los once no creyeron su testimonio (v. 11).

Sin embargo, Lucas nos narra un detalle interesante: Pedro no pudo contener su curiosidad y salió corriendo hacia el sepulcro (v. 12). Aunque Pedro tampoco les creyó inicialmente, María Magdalena, Juana, María la madre de Jacobo y el resto de este grupo de mujeres evangelistas, sí eran testigos fieles según el parecer de Dios, quien las comisiona por medio del anuncio de sus mensajeros divinos para que proclamen el evangelio de Jesucristo (Lucas 24:5–7).

Este episodio del evangelio según San Lucas debe llamar a una profunda reflexión a las autoridades eclesiales del mundo entero sobre la cuestión de quién es digno de ser un ministro ordenado de la Iglesia. Las instituciones eclesiásticas siempre han creado procesos que son necesarios para que las personas interesadas en servir como parte del clero puedan dar fe de su llamado y para que la comunidad pueda validar dicha vocación. Sin embargo, la iglesia a través de su historia ha creado procesos que han limitado el acceso de ciertos grupos minoritarios al ministerio de servir a Dios y al prójimo. Las mujeres, las personas LGBTQIA+, personas impedidas, y personas consideradas no blancas, han tenido que batallar con los prejuicios sociales que persisten en la iglesia, los cuales son disfrazados con interpretaciones del testimonio bíblico que truncan el impacto y significado del relato de la resurrección de Lucas 24:1–12.

Las barreras que los seres humanos erigen para determinar quién es digno de representar a Dios son evaporadas por el mensaje que María Magdalena y sus colegas compartieron con la comunidad que acompañó al Maestro de Galilea. Aunque Jesús era un ser humano (aunque divino también), condicionado por las convenciones sociales de su tiempo, el Espíritu Santo, al levantarle de entre los muertos, disipa toda barrera que quiera impedir el llamado y servicio ministerial de persona alguna debido a prejuicios de la sociedad. Ni siquiera el evangelista Lucas, condicionado también por los prejuicios de su tiempo, puede negar en su narrativa el poder transformador de la resurrección de Cristo. Las comunidades que se forman a partir de la resurrección son llamadas a compartir el evangelio a toda criatura sin importar las convenciones sociales y prejuicios dominantes en la cultura.

En el segundo volumen de Lucas, el libro de Hechos de los Apóstoles, en la narrativa sobre Felipe y el eunuco etíope (Hechos 8:26–40), se aprecia nuevamente cómo la proclamación del evangelio rompe barreras de índole racial y de género. Un eunuco de Etiopía es bautizado por Felipe, y Lucas deja plasmado en su segunda obra literaria que no hay ningún prejuicio o convención social de la época que impida que este hijo de Dios, marginado por su raza e identidad sexual, reciba el santo bautismo (Hechos 8:36–38). Estas son las buenas nuevas de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

La proclamación evangélica de la buena nueva de la resurrección de Jesús no puede ser detenida por los prejuicios de la sociedad. En la sociedad del tiempo de Jesús, como en la actual, las mujeres enfrentaban prejuicios debido a su género. La resurrección de Jesús rompe con todas las barreras creadas por el pecado sistémico del mundo, el cual desea marginar y controlar a las mujeres y a otras personas a quienes se les niega acceso al poder y al privilegio en la sociedad.

A través de toda su narrativa evangélica, el evangelista Lucas proclama su convicción teológica de que Dios se revela y comienza su misión redentora desde los márgenes de la sociedad. Es en medio de los pobres, marginados y rechazados del mundo que Cristo se hace presente para liberar al mundo entero del poder de la maldad que oprime y enajena a la creación de Dios.

Es importante destacar que la iglesia debe honrar y venerar en su liturgia y adoración a María Magdalena, la apóstol de los apóstoles. Por ejemplo, en el Libro de Liturgia y Cántico, himnario usado por muchas iglesias luteranas de habla hispana en los Estados Unidos, uno de los prefacios recomendados para la celebración de la Santa Comunión durante la temporada de Pascua de Resurrección dice: “Así pues, con María Magdalena y Pedro, y con todos los testigos de la resurrección, con la tierra y el mar y todas sus criaturas, y con los ángeles y arcángeles, querubines y serafines, alabamos tu nombre y nos unimos a su himno eterno.” Demos gracias a Dios por el testimonio de María Magdalena, la testigo por excelencia de la resurrección de Cristo.