Comentario del San Lucas 6:27-38
Mi aproximación a los textos que estoy comentando en estas semanas no viene desde la exégesis bíblica. Hay muy buenos aportes exegéticos sobre estos pasajes en otros comentarios accesibles en este espacio.
Mi llegada a los escritos evangélicos se da desde otros lugares. Desde la poesía, como podrán apreciar al final de cada una de las reflexiones. También desde mi experiencia pastoral sociopolítica. En un tiempo en el que la teología es utilizada para sostener y promover discursos políticos anti derechos, que alientan la discriminación y el desprecio de las diversidades, que desconocen la legítima búsqueda de la equidad de género, que dificultan o incluso anulan toda posible inclusión de las personas discapacitadas, que persiguen a quienes buscan mejores condiciones de vida en otros países, que insultan a quienes tienen otro color de piel o hablan otro idioma o visten distinto—hay que alentar lecturas más comprometidas de los pasajes evangélicos.
Cuando muchos religiosos aplauden discursos de odio e incluso invitan a “odiar apropiadamente”1 y muchas personas en nuestras propias comunidades de fe se suman a esos mensajes descalificadores y negadores de la dignidad humana de sus prójimos y prójimas, no se puede andar con medias tintas.
Por eso, lo primero que hay que notar al leer estas palabras que Lucas pone en boca de Jesús es que hace un señalamiento de los adversarios, de aquellas personas que están enfrente del proyecto inclusivo y salvífico que él vino a proponer. Jesús pone en evidencia la existencia de quienes odian, calumnian, persiguen, difaman, amenazan, golpean, arrebatan. Está hablando de la existencia de un entorno social agresivo, violento, intolerante e injusto.
Y si bien, hacia el final del texto para este domingo, nos invita a no emitir juicio, el discernimiento que nos propone como ejercicio es absolutamente necesario. No es posible vivir una vida de fe coherente con el mensaje del Evangelio sin analizar la complejidad del entorno. Hay que tomar conciencia acerca de la presencia real de las fuerzas del mal allí donde buscamos vivir como hijas e hijos de Dios, no solo en nuestras ciudades y barrios sino incluso dentro de nuestros propios espacios comunitarios.
Las palabras de Jesús invitan a ese discernimiento constante. Hay acciones amistosas y acciones que no lo son. Hay personas que se hacen amigas de un proyecto de inclusión, de sanidad, de esperanza, de mesa compartida, de búsqueda de justicia, de cuidado de la casa común que habitamos. Y hay personas que se convierten en enemigas de esas experiencias que hacen a una humanidad capaz de convivir armoniosamente en procura del buen vivir. Y no es posible ignorar esas realidades.
Vivimos hoy también tiempos en los que los enemigos y las enemigas de lo justo atacan las bases mismas de las relaciones humanas, incentivando odios, promoviendo divisiones, estigmatizando, violentando, marginando, condenando a la miseria y al hambre a millones de personas. Y ni qué decir de la irresponsabilidad de esos enemigos y enemigas respecto de todo lo creado: desprecio absoluto; solo consideran lo creado como “recurso.”
El mismo referente religioso citado precedentemente invita a las personas “cristianas” que le siguen a no cometer “el pecado de la empatía” porque es “una serpiente enemiga de Dios.”2 ¡Cuánta perversidad, cuánta mentira, cuánta manipulación, cuánto odio!
“Sin embargo, es el pensamiento, cuando se hace empático, el que nos abre las puertas de lo totalmente distinto,” nos dice Byung-Chul Han en uno de sus últimos escritos.3 Por allí van las palabras de Jesús en este pasaje. Hay que hacer del amor una herramienta empática capaz de conseguir, en el mundo del odio, de la avaricia, de la exclusión, del desprecio, del hambre y de la muerte, lo totalmente distinto.
Aun así, las preguntas persisten. ¿Bastará con amar para hacer la revolución que este mundo y este tiempo necesitan? ¿Será suficiente seguir el consejo del maestro palestino y redoblar los esfuerzos amorosos en todo lo que hagamos y nos propongamos como personas y como comunidades de fe? ¿Tendrá ese amor evangélico ese germen transformador de realidades que nuestro contexto reclama con urgencia?
El apóstol Pablo nos recuerda que de las tres cosas que son permanentes, que no mueren: la fe, la esperanza y el amor; la más valiosa de las tres es, justamente, el amor (1° Corintios 13:13). ¿Por qué? Porque nos abre la puerta a lo totalmente distinto, a una vivencia radical de lo inesperado, de aquello que quienes odian no esperan como respuesta y que desarma sus estrategias: el amor.
Un amor que sale a gritarle al mundo que el abrazo de la divinidad es amplio, generoso, inclusivo. Un amor que camina las veredas de la justicia. Un amor que se convierte en resistencia a todo lo que oprime. Un amor que canta el valor de lo comunitario. Un amor que se extiende en acciones solidarias. Un amor que escucha, que se detiene ante la necesidad, que promueve el encuentro y propicia la reconciliación.
¿Amar?
(intentando desentrañar Lucas 6:27–38)
¿Amar a quien escupe su odio en la cara de sus prójimos y prójimas?
¿Amar a quienes asesinan los sueños de niños y niñas?
¿Amar al que explota al obrero y a la obrera, quedándose con su jornal?
¿Amar a quien alienta la xenofobia, la homo-lesbo-transfobia,
a quien promueve y ejecuta acciones filo-nazis?
¿Eso nos pides, Jesús?
¿Amar a quien ayer torturó y a quien hoy reprime?
¿Amar a quien decreta en favor de los ricos de siempre?
¿Amar a quien quita medicamentos a las personas enfermas?
¿Amar a quienes se ríen del dolor de sus prójimos y prójimas?
¿Cómo crees que eso sea posible, Jesús?
¿Amar a quien persigue a las personas solidarias?
¿Amar a quien encarcela a sus adversarios?
¿Amar a quienes predican evangelios que alienan?
¿Amar a quien arrebata la vida de otro ser humano,
abusando de su poder “blanco” y de los silencios cómplices?
¿Así nomás? ¿Sólo amar?
Sí, amar, amar y volver a amar.
Porque el amor impulsa a buscar la justicia.
Porque el amor echa fuera los miedos que acobardan.
Porque el amor guía a quienes trabajan por el fin de las opresiones.
Porque el amor allana el rumbo hacia la plenitud.
Porque el amor une a quienes quieren ser fieles a Dios.
Porque el amor desenmascara a las personas violentas,
a las perversas, a las asesinas, a las hipócritas,
a las acosadoras, a las mentirosas, a las encubridoras,
a las que lucran a costa del sufrimiento de sus hermanas y sus hermanos,
a quienes son insensibles al dolor ajeno.
Amar los expone, los desenmascara, los pone en evidencia.
Amar pone luz sobre sus vidas miserables.
Amar los condena y nos libera.
O tal vez les dé la ocasión de la redención…
(pero eso será tarea de Dios).
Les dejo también el enlace a la canción “Paradoja de amor,” que quizá ayude a complementar la liturgia del domingo: https://youtu.be/47TUwXtUzMU?si=wk91_HaYsen7bbPA
Notas
- El pastor Ben Garrett, en su cuenta en X, en alusión a la homilía de la Obispa Mariann Edgar Budde en la ceremonia de asunción del presidente Trump en los Estados Unidos de Norteamérica, https://x.com/tompawnbadil/status/1882115502061068777.
- Ibid.
- Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza (Barcelona: Herder, 2024), 15.
February 23, 2025